domingo, 30 de septiembre de 2007

El llamado no es salvaje (Enumerando arenas XIII)

Un sonido cualquiera —lo más probable, gestos humanos, ritmos humanos y construcciones humanas— y percibimos, inconscientemente y entre sueños, nos llaman, me llaman, me buscan, "ya voy" se puede escuchar como si saliese del fondo de un sueño profundo, decidido por las melodías incómodas de la necesidad y la fatiga : nos llaman, una repercusión del ser en el ser suscita nombramiento, lenguaje, dirección, ubicación, suscita el sentido ético de haber sido llamado, de que nos llamen a participar en el acto de creación que es percibir, y después aplicar fielmente la percepción; un divorcio de hadas de sus hojas, una melancolía prescriptiva que lleva a que haya solemnidad, que se interpreta como el mejor de los premios : el llamado no es salvaje, no es moral, no es tampoco estructurado; es algo que habita ya en nosotros, la resonancia de ello, de lo que busca, siendo, es algo que cae sobre nosotros como si saliese también desde dentro, porque ya forma parte de la percepción en sí, una de las condiciones para que pueda haber percepción, la mirada, el mismo llamado que proyectamos al mirar, que pide entrelazamiento, por lo menos en integrar en algo nuestros conocimientos...

o sea, la percepción, el conocimiento, que o exige confirmaciones o huye de ellas, por inseguridad o reflejo, el llamado ontológico, el lenguaje, el estilo, el color melódico de la noche, la "noche oscura del alma", la ilusión, la necesidad y la elección, figuran en lo que llega a ser el problema de aproximar una ética exponible : adaptarse a las limitaciones e improvisaciones de un momento dado, poder mudarse de contenido y llenar un hueco nuevo en el espacio interpersonal o ético-moral, significa dejar al lado el proyecto tan gustoso y peligroso de montar un dogma; montarlo viene a ser un imposible, aunque el proyecto de probarlo puede llevar todo un pueblo hacia el abismo de no-hay-más-que-esto de avestruz demoníaco : en el fondo, no es posible fijar las reglas del juego, porque tenemos que "jugar" siempre en un cosmos de flujo y contradicción; esto es elemental, es la base, o tiene que serla, de todo trabajo ontológico, de todo intento de buscar las raíces y las ramificaciones de lo que puede ser, lo que podemos llegar a ser, sin ni cavar en el suelo que nos soporta ni levitar contra la gravedad que nos da la sensación de "tierra firme"...

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