sábado, 8 de septiembre de 2007

Como las olas del mar sobre sí mismas (Enumerando arenas, XII)

Molestan las obras cuyas frases siguen trayectorias improbablemente interminables, dando volteretas y cayendo sobre sí mismas como las olas del mar sobre sí mismas; molestan cuando no definen, cuando no llevan a ninguna conclusión, cuando "no se deciden" —como si fuera para un autor de ficción decidir cuál es la verdad de la vida que lleva el lector en el núcleo secreto e inestable de su propio ser—, molestan porque la gente no quiere enfrentar su propia tendencia de no ser fiel al recuerdo, de buscar pautas, monumentos, íconos y dogma, de creer que los que se hayan dedicado a juntar palabras deberían también dedicarse a ordenar para los demás su incómoda y particular dispersión...

pero a mí, me encantan, me alimentan, encuentro en ellas vida y sabiduría, un vehículo para la exploración de mi propio ser, mi consciencia, una manera de llegar a más, de ver más, con más apertura y elasticidad, y mis esfuerzos, casi por un magnetismo natural, gravitan hacia ese labor, hacia el desarrollo de un mar de claridades, un humilde y corredizo bullicio contestatario, simpatizante, apiadado y rebelde, que busque buscando, que reclame ilustrando, que sea la voz de un conjunto que no hace falta decir que es conjunto —ni se reconocería así—, porque en ese flujo ya habita el latido y la musicalidad de ese encuentro escondido en lo múltiple...

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